viernes, 19 de abril de 2013

El impertérrito

Una de esas tantas mañanas de bar: a hacer tiempo antes de ir al laburo. Entré a una cafetería nueva y elegí mi mesa -siempre al lado de una ventana y en un ángulo en que pueda llamar fácilmente a la moza-. Sonaba una radio de jazz de fondo: el día no podía arrancar de mejor manera. 
Esta vez quise un exprimido de naranja y una medialuna en vez de mi clásica lágrima en jarrito. Llegó el pedido y me dispuse a hacer lo que más me gusta: observar.

Mesa a mi izquierda: 2 hombres de traje; uno con un Blackberry en la mano, acercándoselo al otro, como si fuera una extensión de su mano. El segundo, escribiendo lo que hablaban en un anotador espiralado tamaño A5 (de esos que me gustan a mí).

A la derecha, un ventanal: Barrancas de Belgrano.

Delante de mí una mesa vacía y luego él. Arrinconado entre dos ventanales, en la ubicación perfecta para ser observado. Licuado de frutilla con leche a medio terminar y celular. El sol parecía disfrutar de su compañía, ya que había elegido su mesa, pero él nunca se sacó las gafas. 
Mirada al horizonte, impertérrito. No se movió en ningún momento. Parecía estar disfrutando ese momento: él y la nada misma. Y yo a la vez también disfrutaba. Disfrutaba esa sensación de paz que me transmitía. 
Sin embargo, no duró mucho: mi paz se terminó cuando él pidió la cuenta, pagó cincuenta pesos y se fue.
Nunca sabré por qué tanta quietud, por qué su lucha contra el sol ni por qué miraba hacia el horizonte; pero le agradezco al impertérrito por ese ratito de tranquilidad que me regaló y necesitaba compartir con ustedes.



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