sábado, 14 de septiembre de 2013

Índigo

Madera, mucha madera. Diferentes tipos: roble y caoba para quienes pudieron comprarlas, pino y otras más económicas para quienes no pudieron.
También hay de hierro forjado, para aquellas familias más "retorcidas", o de aluminio para los habitantes prácticos y sencillos.
Los más chiquitos cuentan con unas de plástico, porque son más livianas. Y los abuelos tienen con rueditas, para facilitarles el transporte.

"Índigo" es una ciudad de escaleras, ubicada sobre las nubes. Cada familia tiene una, y ninguna es igual a la anterior. Hay familias que deciden reunirse y juntar sus escaleras a modo de PH, y otras que eligen vivir sobre el cuarto escalón.
Ninguna casa-escalera es permanente. Cuando dos habitantes de Índigo se casan, adoptan la escalera del marido o la de la mujer para vivir. Y al llegar el momento de pensar en un hijo, suelen conseguir una más larga, así el futuro niño tiene más espacio para jugar.
No es fácil la vida sobre las nubes. Sus habitantes tienen piernas fuertes porque el caminar es pesado: la textura símil algodón opone resistencia al avanzar. Sin embargo, cuando la gente de Índigo se va de vacaciones a una ciudad con muchos escalones, se adaptan fácilmente y eso les juega a favor... Igualmente, todos sabemos que volverán a sus pagos en algún momento, ya que en Índigo tienen los colchones más cómodos que nadie haya tenido  jamás: los mismos que poseen los ángeles.

sábado, 24 de agosto de 2013

Y un día habló


Si no canto lo que siento 
Me voy a morir por dentro...

Cantar.
Mi voz no se quería asomar.
Estuvo enmudecida por mucho tiempo.
No se expresaba por miedo. Por miedo a que la juzguen... por miedo a que vieran que existía y le pidieran más de lo que podía animarse a dar.
Estaba tímida, cual infante que se esconde tras las piernas de un ser amado cuando tiene que saludar a una persona extraña.
Sin embargo, un día hace no mucho, mi voz dijo "¡Hola! Estoy acá... Siempre estuve acá".

Y la dejé salir.
Y la dejé salir frente a un grupo de desconocidos en forma de coro.
Y la dejé salir sola, creando.
Y me dan la posibilidad de cantar frente a mucha gente en un futuro cercano.
Y fui feliz...
Y soy feliz.

Y SOY.


Ya lo estoy queriendo
Ya me estoy volviendo canción
Barro tal vez...




sábado, 15 de junio de 2013

Quince de junio de dos mil trece

Hoy leí una entrada en facebook de un amigo que decía que no entiende por qué lloramos los hinchas de un club de fútbol en situaciones como hoy con Independiente.
Decidí trasladar aquí la respuesta que di en aquel post, para que entiendan que no hay cargada que me afecte: mi llanto tiene una causa mayor que una rivalidad o ser superiores o inferiores a un club.

Para mí, el ser hincha de un club (del Rojo en mi caso) va más allá de "seguir a un equipo y su campaña". 
Para mí ser hincha de Rojo es COMPARTIR. 
Compartir tardes en la cancha con mi viejo y mi hermano.
Compartir relatos con papá. Aprendí mucho de mi abuelo que nunca conocí por las anécdotas de cancha. Él falleció en brazos de papá en la cancha del Rojo... Son experiencias muy fuertes relacionadas a un club, a un espacio y a un momento de la historia que se pasan por generaciones, cual fábula de Esopo.
Ser hincha del Rojo es compartir esa ilusión, esa alegría cuando todo va viento en popa. El Rojo significa abrazos, gritos de algarabía, sonrisas de oreja a oreja.
Significa tristeza, empatía, llanto y bronca cuando los números son adversos. Y es mucho más intenso porque la gente que amás tienen esa misma emoción.
Por todo eso es que yo lloré esta tarde, Nico. Lloré a mares. No (solo) porque mi equipo descendió, sino porque las personas que más amo en el mundo lo sufren y vamos a tener que acostumbrarnos a compartir esta pasión de manera diferente. Y en cierta forma así hice el luto de todas estas experiencias compartidas que quedan atrás.

Espero haberme expresado lo más claro posible. Cuando la emoción y la sensibilidad están tan a flor de piel es complicado explicarse.

Siempre con el Rojo.

lunes, 13 de mayo de 2013

Profecía autocumplida.

Risas. Gritos. Arte. Placer. ESTO buscaba. 


Volver a jugar: mancharme de pintura de pies a cabeza, tal como si me hubiera recibido... Sí... La vida me ha recibido con los brazos abiertos nuevamente.


Esta soy yo, esta es mi esencia: primal, sencilla, de corazón abierto.

LIBRE


viernes, 19 de abril de 2013

El impertérrito

Una de esas tantas mañanas de bar: a hacer tiempo antes de ir al laburo. Entré a una cafetería nueva y elegí mi mesa -siempre al lado de una ventana y en un ángulo en que pueda llamar fácilmente a la moza-. Sonaba una radio de jazz de fondo: el día no podía arrancar de mejor manera. 
Esta vez quise un exprimido de naranja y una medialuna en vez de mi clásica lágrima en jarrito. Llegó el pedido y me dispuse a hacer lo que más me gusta: observar.

Mesa a mi izquierda: 2 hombres de traje; uno con un Blackberry en la mano, acercándoselo al otro, como si fuera una extensión de su mano. El segundo, escribiendo lo que hablaban en un anotador espiralado tamaño A5 (de esos que me gustan a mí).

A la derecha, un ventanal: Barrancas de Belgrano.

Delante de mí una mesa vacía y luego él. Arrinconado entre dos ventanales, en la ubicación perfecta para ser observado. Licuado de frutilla con leche a medio terminar y celular. El sol parecía disfrutar de su compañía, ya que había elegido su mesa, pero él nunca se sacó las gafas. 
Mirada al horizonte, impertérrito. No se movió en ningún momento. Parecía estar disfrutando ese momento: él y la nada misma. Y yo a la vez también disfrutaba. Disfrutaba esa sensación de paz que me transmitía. 
Sin embargo, no duró mucho: mi paz se terminó cuando él pidió la cuenta, pagó cincuenta pesos y se fue.
Nunca sabré por qué tanta quietud, por qué su lucha contra el sol ni por qué miraba hacia el horizonte; pero le agradezco al impertérrito por ese ratito de tranquilidad que me regaló y necesitaba compartir con ustedes.